Con más de 50 obras maestras de Giorgio de Chirico a Edward Hopper y de Paul Delvaux a Leonor Fini, la exposición nos transporta a una epopeya ferroviaria, una celebración y una crítica a la modernidad, el viaje de hierro, inseparable de la ideología de conquistando el progreso en la era industrial, genera efectos sorprendentemente incongruentes en la imaginación artística. Los trenes encarnan tanto el racionalismo como lo irracional. Al elogiar la velocidad y el movimiento de las máquinas, los futuristas expresan una pasión ardiente por el futuro de las cosas. Con el surrealismo, si los desastres ferroviarios y los diarios de viaje alimentan oscuras fantasías, el tren también revela un potencial erótico y poético, un instrumento propicio para la manifestación de los sueños despiertos y el surgimiento de metonimias y metáforas visuales. En el arte de Edward Hopper y Paul Delvaux, el tren y la estación, vacíos de pasajeros, son lugares imbuidos de misterio y soledad. Las estaciones no son las de los ferroviarios ni las de los viajeros, son las de los sueños y las ilusiones, del hastío y la tristeza. Los trenes no tienen horarios, ni pasajeros, ni destinos. Aunque suplantado por el avión y pronto por el cohete en el sueño colectivo de conquistar nuevos espacios, el tren no desaparece de la imaginación de los artistas de la segunda mitad del siglo XX que se apropió del tren en miniatura, secuestró este juguete infantil y le hizo perder su inocencia. Abanderado del mundo moderno, el tren invita a viajes imaginarios. Curadora de la exposición: Camille Lévêque-Claudet, curadora